Entre el estrépito de los mechones rubios
encontré una serpiente dorada.
Lucía unos pendientes jázaros
y conocía las palabras hundidas de los atlantes.
En los atardeceres viejos
inventaba números
y decía que las frutas
le sabían a planeta.
Me regaló la semilla elástica
de su ojo izquierdo
antes de perderse nuevamente
en el bullicio soleado de la cabeza.
2 pensamientos en “Serpiente dorada”
Verdaderamente bella.
Anónimo
¡Gracias!
Desirée Jiménez